Pintora y escultora, Jessica Dalva (EEUU) no busca la belleza al uso, por sus mujeres de piel extremadamente blanca y pupilas también blanqueadas más bien parece que prefiera la pesadilla al suave relato onírico, la oscuridad a la luz, las tinieblas al día.
La artista trabaja con una enorme variedad de materiales, arcilla sintética, pintura acrílica, alambre y papel de aluminio, pelo de alpaca, cuentas de vidrio, flores secas, plumas, madera, pan de oro, resina, plata, metales, latón, telas, más bien parece que cualquier elemento que caiga en sus manos pueda ser convertido en una historia, una fábula, un encuentro con la magia.
Cercana al lowbrow, sus mujeres de corrupta belleza, muchas veces desnudas, son como heroínas o magas, sus cuadros tridimensionales de los que parecen querer escaparse nos conducen por caminos llenos de terrores pasados, una narrativa surrealista que bien podría habitar en nuestros sueños.
Féminas tan aparentemente distintas al canon de belleza, las muñecas de Jessica Dalva nos miran y nos buscan, surgidas de quién sabe qué batallas personales de la autora, claro que si miramos con atención, si nos concentramos y nos dejamos llevar por esa mirada blanquecina, quizá nos encontremos también en quién sabe qué otro conflicto interno, si queremos atender o no a esa llamada es otra historia.
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