Carlos Barahona Possollo (Lisboa 1967) es un exquisito pintor del cuerpo humano, con sus colores cálidos, y una perfección técnica que lo acerca al fotorrealismo, que su trabajo destila erotismo es evidente, que además es un virtuoso del pincel, también. Y con esa mezcla nos regala una obra que por su estética recuerda a los clásicos pero que una modernidad manifiesta invadiendo la pintura impide que así sea.
Y dado que en la antigüedad clásica la sexualidad no se consideraba algo pecaminoso sino todo lo contrario, el autor plasma lo que supone se producía entre dioses y mitos en general, basta recordar las fiestas y bacanales en honor a Dionisios, donde el erotismo era motivo de celebración. Y así, con ese gusto por la veracidad Carlos Barahona nos pone delante momentos cumbre de sensualidad, también cierta sexualidad explicita que no incomoda en absoluto.
Sus protagonistas, expresivos hasta lo indecible, acompañan esos momentos de lujuria con total delectación, capaces de trasmitir voluptuosidad con sus tentadores poses, labios que buscan posarse en el lugar adecuado, manos que recorren dulces recovecos, miradas que nos invitan a participar, emociones que salpican al espectador.
No faltan tampoco referencias a la religión, y ahí si, la provocación se hace lienzo, porque aquí el pecado surge en la mente de todos, así nos lo han contado; el autor, con su habitual carga homoerótica funde en esas imágenes de santos, sexualidad y divinidad, si hay crítica implícita o no es algo que queda a juicio del observador.
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