Hablar de realismo mágico es situarnos en un lugar en el que lo onírico se mezcla con el surrealismo, Mario Gómez ha mantenido esta fórmula agregándole la figuración propia de su creación, su pintura en óleo y acrílico ha cedido espacio a la cerámica y el grabado para componer una creación que nace del interior.
Un ejercicio de observación personal que le lleva a situar la figura humana, y muchas veces a la mujer, como eje central de un trabajo en la que bailarinas, caballos o contorsionistas, se mezclan en un mundo donde el agua, lo geométrico y lo gráfico tienen siempre un lugar especial, buscado y concreto.
Mario Gómez hace surgir desde el blanco fondo un colorido digno de una infancia olvidada por algunos y muy presente para otros, azules vibrantes, intensos violetas o rojos potentes junto a elaboradas texturas construyen universos de atmósferas envolventes, los personajes aparecen rodeados por escenarios que el autor recrea con elementos diversos hasta construir una narrativa en la que tiene cabida diversas lecturas.
Una obra repleta de simbología en la que el alma de niño que lleva dentro el autor se deja ver, se cuela en cada pincelada, en cada trazo, un niño aparentemente feliz que juega con inventar historias llenas de lucidez y bondad.
© Mario Gómez | Web
Mila Abadía | Jose L. Calleja