Grande es una de las calificaciones que le sitúan en el lugar que le corresponde; claro que Erwin Olaf (1959 Hilversum, Holanda) cuenta con cuantiosos medios, aunque no creo que fueran tantos cuando comenzó, o cuando realizó Chessmen, serie que seguramente escandalizó mucho menos en su momento que en la bien pensante sociedad actual.
Ampliamente reconocido por su trayectoria como fotógrafo de publicidad, Erwin Olaf explora distintos territorios en su obra, cuestiones de género, sexualidad, deseo, violencia o humor se reflejan en sus creaciones; y todo ha sabido aprovecharlo para su trabajo publicitario, convirtiéndose así en un maestro de la desinhibición, en la que la crítica social tiene su lugar.
Ante sus realizaciones podemos fantasear, el autor nos muestra un momento concreto, congelado, un instante cualquiera en la vida del personaje, somos nosotros los que hemos de componer la historia, y material para ello tenemos; el silencio, la inmovilidad que lo acompañan detonan en el espectador una necesidad casi vital de colarse en la escena para descubrir a dónde puede llevarle.
Olaf saca a la luz aquello que la sociedad pretende ocultar, presa de una hipocresía que, en ocasiones, le lleva a escandalizarse por su obra y no por el consumismo exagerado que conlleva acabar con los recursos del planeta; disfunciones que se ven reflejadas en su trabajo; una crítica que, hoy en día, se puede permitir; y que cuando no podía, llevaba a cabo igualmente.
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Chessmen |
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