Como un topógrafo llega a la pintura es algo curioso pero que puede ser, es, y si no que se lo digan a Luke Hillestad (1982 – Minneapolis) que en un momento dado apartó los útiles propios de su oficio para tomar los de la pintura, los libros de Rembrandt y Caravaggio y poner la mirada en la escuela de Odd Nerdrum.
Con una narrativa en la que no falta el surrealismo, Luke Hillestad, demuestra un perfecto dominio del claroscuro; su obra, tenebrosa y barroca hace que se nos encoja el corazón; una pintura que parece creada en otra época.
La figura como eje de su creación, miradas y gestos que nos retrotraen al pasado mientras que muchos de sus personaje nos dicen todo lo contrario, protagonistas en los que encontramos una modernidad que destaca ante tanto clasicismo; quizá buscada por Hillestad, quizá solo una consecuencia lógica de lo que implica vivir en una época y recrear otra.
En sus composiciones recrea misteriosas escenas en busca de esa inevitable transformación que todos hemos vivido alguna vez al enfrentarnos con la tragedia personal, más bien para sobrevivir a ella, puesto que sin esa mutación psicológica no se puede entender que aquellos que padecen desgracias y catástrofes puedan seguir adelante sin hundirse en el desaliento y la postración que inevitablemente les llevará a la muerte.
En sus composiciones recrea misteriosas escenas en busca de esa inevitable transformación que todos hemos vivido alguna vez al enfrentarnos con la tragedia personal, más bien para sobrevivir a ella, puesto que sin esa mutación psicológica no se puede entender que aquellos que padecen desgracias y catástrofes puedan seguir adelante sin hundirse en el desaliento y la postración que inevitablemente les llevará a la muerte.
Protagonistas desvalidos y melancólicos que desvelan ante nosotros su tragedia personal y aún así, gracias a esa metamorfosis llegan a alcanzar la esperanza, convencidos de que todo puede tener un final yo ya feliz, quizá aceptable.
© Luke Hillestad | Web | @lukehillestad
Mila Abadía | Jose L. Calleja