En la obra de Steven Kenny los límites entre ser humano y mundo natural se confunden, una decidida yuxtaposición de figuración y naturaleza en la que surrealismo y simbolismo están destinados a demostrar que, si por un lado pertenecemos al mundo natural y estamos sujetos a sus leyes: por otro, nuestras emociones nos llevan al auto-descubrimiento y al inevitable y deseable crecimiento.
Composiciones surrealistas con una iluminación única en las que domina la figura humana, retratos de personajes cuyas miradas reflejan todo tipo de sentimientos, desde la felicidad a la tristeza, pasando por la tranquilidad, la rabia o la decepción, sensaciones que deja a la interpretación del espectador, de la misma forma que traslada al mismo la responsabilidad de interpretar su obra.
Un cosmos en el que se refleja nuestra forma de interaccionar con el medio ambiente, una perfecta simbiosis entre belleza y naturaleza, esta última, simbolizada en los pájaros, los que pueblan sus lienzos, aves con las que constituye una metáfora sobre la libertad, la psique, la esperanza, la vida…
Steven Kenny no encuentra en el humano un ser autodestructivo, ni siquiera destructor, considera más bien que puede no sea capaz de tener la contención necesaria para evitar dañarse a sí mismo o a otros, de ahí esa esa unión con el mundo animal; en manos de quien se enfrenta a su obra queda decidir, si realmente los individuos como sujetos sociales somos tan “buenos” como parece sugerir; o más bien conservamos diversos grados de instinto animal que anularán de un solo golpe nuestras supuestas buenas intenciones.