Con los ojos como eje central, los adolescentes tempranos de Jana Brike (Letonia 1980) encarnan sentimientos, uno a uno, van desgranado ante nuestra sorprendida mirada todo lo que necesitan contar, para ello utiliza principalmente pintura al óleo sobre lienzo aunque también programas digitales, de hecho, crea imágenes digitalmente y después trabaja sobre ellas con óleos y lápices de colores hasta conseguir que lo que pretende comunicar aparezca.
La autora creció en un lugar y un tiempo de profundos cambios sociales y políticos, lo que en principio era adecuado, cinco años más tarde no lo era, tal como ha manifestado no había verdades ni respuestas hechas por parte de uno u otro sistema, sino una búsqueda de mis propias respuestas, bastante despiadadamente en mi propio corazón, basándome en mis propias experiencias; no es de extrañar el constante conflicto que acarrean sus personajes plenos de sensaciones encontradas.
Las miradas silentes de cada sujeto parecen dirigirse fuera del lienzo, son miradas que cuentan, aunque no una historia, lo que revelan realmente es el sentimiento que quieren trasladar, si el observador quiere componer todo un relato a partir de esos personajes, si prefiere optar por proyectar sus propios sentires, es algo que Jana Brike no parece querer ni poder evitar.
Si es el mal lo que pugna por salir, si están enfermos, si odian, si han descubierto nuestras vilezas, si nos saben cobardes, si son presa de quien sabe qué captor, si la tristeza rezuma por cada uno de sus poros es lo que quieren contarnos, solo falta que nosotros sepamos escuchar.
