Cao Hui realiza gigantescas esculturas hiperrealistas en las que muestra interiores humanos y animales; más claro, enseña vísceras, sangre, huesos, músculos y tendones casi como una obsesión, pone ante nuestros ojos esculturas clásicas cortadas a rodajas, mostrándonos un desconcertante interior humano.
Objetos cotidianos “destripados” en una referencia crítica a los animales empleados para su elaboración, puede que no queramos verlo, pero es así; nos gusta ese sofá o esa maleta de piel, suave, y huele tan bien…. porque sí decimos que “huele a piel” ¿sabremos a lo que huele la piel de un animal desollado?
Una manera de dejar en entredicho la civilización y esa supuesta prosperidad que en su extremo más doliente nos lleva a la mayor de las crueldades, la de matar para adornar nuestro cuerpo. Un realismo con tintes de surrealidad que pone los pelos de punta y nos hace reflexionar sobre el mundo en que vivimos, sobre lo necesario y lo superfluo, sobre la brutalidad del humano, siempre condicionado, siempre viviendo por encima del resto de seres vivimos; o al menos, pretendiéndolo.
De esta forma Cao Hui perfila la relación que existe entre interior y exterior, entre lo que mostramos y lo que dejamos dentro, entre nuestro yo, y nuestro ser social, creando así una suerte de diálogo entre espectador y obra; una forma de despertar la necesidad de buscar bajo la superficie para encontrar la verdad; como si asumir que lo que se ve es todo lo que hay fuera quedarse a la mitad de una vida completa y plena.
Mila Abadía | Jose L. Calleja
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